Guatemala tiene una geografía física de gran belleza natural y una geografía humana de arraigada cultura indígena. En 1996 el país salió de una larga guerra civil de 36 años, en la que murieron o desaparecieron más de 200.000 personas, en su mayor parte civiles. Actualmente la pobreza está muy extendida, sobre todo en las zonas agrícolas y en las comunidades indígenas. El analfabetismo, la mortalidad infantil y la malnutrición alcanzan las tasas más altas de toda la región. La expectativa de vida está entre las más bajas. Y al igual que en los países vecinos, el crimen organizado, el tráfico de drogas y las bandas callejeras campean a sus anchas.
Angie no ha crecido en un medio favorable. Ahora busca protección y un lugar seguro en el que vivir.
Me llamo Angie, tengo 15 años. Nací en un pueblo de un departamento al norte de Guatemala. Mis padres tuvieron cinco hijos más, aparte de mí. Mi papá es chofer de autobús y mi mamá ama de casa. Mis hermanos y yo estudiábamos en una escuela pública. Tuve que repetir cuarto grado porque mis papás se mudaban mucho de domicilio y al final dejé de asistir a clase. Mi casa era bonita porque estaba hecha de ladrillos, pero no me gustaba el sitio, ya que estaba al final del barrio, casi éramos los últimos, y además el espacio era pequeño para tantos en familia. Ahora estoy viviendo en una casa de acogida para jóvenes. Llevo en este hogar casi tres años. Vine aquí porque mi papá me insultaba mucho y me pegaba. Mi papá se separó de mi mamá cuando yo tenía nueve años, porque iba con otra mujer. Cuando volvía con mis hermanitos a casa, a veces nos encontrábamos allí a mi papá y era entonces cuando me pegaba, porque era la mayor. Estaba loco. Mis vecinos, hartos de escuchar nuestros gritos, pusieron una denuncia y el juez me envió a este hogar. La vida en un hogar con compañeras que tienen tantos problemas no es nada fácil. Me cuesta ser tolerante, me irrito mucho. Me encargan supervisar la limpieza, y cuando les digo algo a mis compañeras, me contestan, y eso me molesta. Entonces yo también les grito o me enfado con ellas, y les doy la espalda. Me sienta mal cuando las educadoras me ponen “ayudas” por haber hecho algo indebido, por ejemplo cuando tengo rabietas sin razón alguna, sólo porque estoy deprimida o no me gusta la actividad que han dado a mi grupo. Después de tres años en este hogar, lo que me motiva a seguir y aprovechar esta oportunidad que me ofrecen es poder llevar adelante los estudios, porque sé que de ellos depende el resto de mi vida. Si me falta esa arma en mis manos, no voy a tener un buen futuro, ni me voy a superar como persona. Mi familia también me da motivos de esperanza, sobre todo mis hermanos, todos menores que yo. Yo puedo ser un ejemplo para ellos.
En todos los países hay miles y miles de niñas que no pueden quedarse en sus casas, con sus seres queridos, por culpa de la violencia doméstica. ¡Qué bonito sería que todos pudiéramos vivir en paz y en amor, porque todos tenemos derecho a ser tratados como personas, aunque seamos personas pequeñas todavía!
Angie, 15 años